Por Ana Irene García Morilla, 3ºB
Mi querido amigo, el espectro Este terrorífico relato que me dispongo a narraros es en parte ciertamente verídico, basado en una experiencia propia que me ha afectado demasiado durante años. No me deja pensar con claridad, y me ha quitado el sueño, dejándome desvelada más de una noche, y es que no me la puedo quitar de la cabeza, es insólita, horrible y considero que mi deber es el compartirla, hacer que el mundo la conozca, acontecimientos así son extraordinarios, únicos, muy sorprendentes… Me desperté una mañana de lunes como otra cualquiera, (esas mañanas odiosas en la que la rutina empieza y de la cual no puedes escapar) paré muy irritada, repentinamente, de un golpe en seco la alarma, no sé cómo acerté a darle, estaba verdaderamente soñolienta, adormecida y desanimada con menos pocas ganas de levantarme de lo habitual, me sentía agotada y un poco mareada. Apenas podía distinguir que me encontraba en mi habitación. Con mucho sueño me levanté y con pasos temblorosos me dirigí al baño, eran las 7:38 de la mañana, así empezaba mi cargante vida cotidiana. Me aseé y salí una media hora más tarde del servicio incluso más aturdida de lo que entré. La cabeza me daba vueltas incesantes, punzadas, tenía los ojos lagrimosos, la boca seca con un palpable sabor a sangre, seguramente brotaba de mis encías, no me importó demasiado y me dirigí a desayunar, no tardé más de diez minutos en hacerlo; como de costumbre, me tomé mi tazón de leche con cereales apresuradamente contra mi voluntad, y es que mi madre se empeña en no dejarme ir sin antes haber desayunado como es debido. No le dije nada a mi madre de lo incómodamente mal que me encontraba, me mencionó que yo no tenía buena cara, y yo me limité a afirmar y decir que esto se debía al simple hecho de que no había pasado una buena noche, no quería preocuparla, pues yo contaba con que esa sensación tan molesta y las fatigas se me pasaría de un momento a otro, cuando me diera un poco el aire. Al salir a la calle me di cuenta del día tan desapacible, y nublado que hacía, estaba amenazando una buena tormenta, andando a paso ligero llegué perfectamente puntual a la parada del autobús, no me topé con nadie conocido antes, simplemente vi a varias personas vestidas completamente de negro que me miraban con resentimiento y seriedad, andaban a paso sereno, como si arrastrasen con ello un alma que no les pertenecía, con pocas ganas de vivir. Me extrañó muchísimo no ver a ninguno de mis compañeros esperando al autobús igual que yo. Estaba verdaderamente asustada, sumergida en pensamientos contradictorios, confundida, desorientada, muy desconcertada y bastante agobiada, pero eso cambió cuando divisé el autobús doblando la esquina,… se acercaba hacia donde yo aguardaba, comprobé la hora en mi reloj nuevo de muñequera rosa palo, exactamente eran las 8:33, la idea de que me había equivocado de día y era domingo desapareció por completo de mis pensamientos; monté en el autobús pero aún bastante preocupada, el chófer no era el mismo hombre risueño al que yo estaba acostumbrada que me saludaba cada mañana con un amable y animado: «¡Buenos días Anay!», esta vez me pareció reconocer una amargura infinita en sus ojos, una mirada de tristeza como nunca había visto una, y tenía el presentimiento de que me quería avisar de algo. No muy segura de ello me percaté de que susurraba algo entre dientes, y leí en sus labios un tajante mensaje: «menuda te espera»( y qué razón tenía); gravemente atemorizada me adentré por el pasillo silencioso del autobús, a mis lados reparé en que había niños y niñas a los que nunca había visto antes, sus caras eran anónimas, sin expresión alguna, caras pálidas, todos vestidos de negro, muy decaídos, como cadáveres… me senté al lado de la ventana en la fila derecha, donde normalmente me sentaba, había muchos sitios libres y tenía la corazonada de que realmente estaba sola, la verdad nunca había sentido de esa forma la soledad, nunca me había sentido tan abandonada, tan retirada del exterior, como si la soledad me quisiese echar algo en cara, y quisiese castigarme aislándome del mundo, estaba como incomunicada… De todas maneras no sé cómo ni por qué me sentía segura allí, en aquel extraño momento. Los mareos se habían calmado notablemente, empezaba a sentirme algo mejor y ello me animó, y me dije a mi misma que todo había sido una jugada del cansancio, un engaño irreal, que me estaba precipitando al imaginar cosas imposibles y que tenía que recapacitar que aquello era lo más normal del mundo, una ordinaria mañana. El trayecto se me estaba haciendo bastante largo, y el tiempo en mi reloj no avanzaba para nada, no le di mucha importancia, me armé de valor y grité en busca de una respuesta lógica del conductor: “¿Cómo es que no hemos llegado todavía?» Entonces, de un frenazo brutal, el vehículo paró, actualmente sigo recapacitando y muy arrepentida por aquella pregunta, y considero que eso fue una de las peores cosas que he hecho en mi vida, que no fui muy oportuna. Pestañeé varias veces en mi asombro y en aquel espantoso momento de confusión y frustración; todo mi alrededor dentro del autobús se debilitó… se apagó, no fueron más de cinco segundos, todo sucedió tan rápido, y todo parecía tan premeditado… Se me hizo eterna la espera, llegué a pensar que estaba muerta, todo era total oscuridad, me sentía atrapada, sin capacidades de reaccionar, y a continuación sentí una brisa acariciando me el pelo, una sensación agradable, olores perfumados… No sé dónde me encontraba mi confusión era absoluta; el antes y el después se fundían en un mismo tramo de tiempo. Allí estaba cuando abrí los ojos, y desde el primer momento comprendí que mi único cometido iba a ser el de reunir fuerza, valor y astucia para preservarme de los peligros que me acechaban y salir de aquel infierno. Era todo tan sobrenatural, un bosque muy extenso, inusual y creado, según la conclusión a la cual he llegado ahora, para poner a prueba mi instinto de supervivencia y coraje. Era un lugar hermoso con árboles llenos de hojas de color verde esperanza, arbustos repletos de flores, y aves de todo tipo cantando y siendo parte de un cielo azul plácido.., todo me parecía demasiado perfecto, y adorable, un sitio espléndido en donde cualquier ser desearía estar. Confiada empecé a caminar por un sendero en busca de algún ser humano. Cuando no llevaba caminando más de medio kilómetro todo lo bello cambió, el cielo se oscureció, y dejé de escuchar esos hermosos cantares de los pájaros… La vida había desaparecido, o eso creía. Aligeré el paso, estuve andando horas y horas muy asustada. Comenzaron a hacerse escuchar escalofriantes brisas entre los enormes y pavorosos árboles, en las alturas sus ramas entrelazadas me estaban impidiendo la vista del cielo gris, entre ellas noté sonidos agobiantes de desgraciados espíritus que gobernaban el desolado lugar. Yo desesperada y con lágrimas en las mejillas empecé a correr sin dirección. El crepúsculo llegó y la oscura noche se acercaba… Me recostaba en uno de los grotescos árboles con la mirada fija al suelo escuchando bajos e irreconocibles sonidos, enormemente aterrada, pidiendo, suplicando ayuda, con las esperanzas casi extintas, alcé la mirada y una sombra se me acercó, de ella salió un espectro fantasmal claro transparente, poco visible pero su rostro me era muy familiar. Estaba petrificada, mi corazón latiendo tan fuerte que hasta deduje que el espíritu lo lograba oír. El espectro se situó enfrente mía y me preguntó con voz de ultratumba, muy enigmático: «¿Estás perdida? » Llena de miedo con la voz temblorosa le respondí balbuceando: «Sí, l-o es-toy. » Y éste amablemente me dijo: «Yo te ayudaré, te mostraré el regreso a tu hogar, aunque ahora tu deber es ir al instituto, te esperan» Con pavor le seguí callada sin decir ninguna palabra, nos perdimos a lo lejos entre los árboles y en la traicionera oscuridad. Atravesamos como un túnel, y lo siguiente que recuerdo es aparecer justo en la puerta del instituto, con mi mochila acuesta, que pensaba haberla perdido en el siniestro autobús. El amistoso espectro se despidió de mí y me aconsejó tener más cuidado la próxima vez, además de no juzgar más a las personas por sus apariencias. Durante ese día probé a cortarle esta sorprendente historia tan real como la vida misma a alguna de mis amigas, pero ninguna prestó un poco de entusiasmo o confianza en mí, así que no he vuelto a intentarlo. Y lo más increíble del suceso, es que a fecha de hoy, de vez en cuando, en ocasiones, cuando se da una situación crítica y me ayudan a salir de ella, a solucionar problemas diarios, etc; veo reflejado el rostro del espectro en las caras de mis familiares más allegados, buenos amigos, e incluso profesores… Me reencuentro con él y me da esos necesarios consejos que todo alguna vez hemos necesitado escuchar. Autora: Ana Irene García Morilla Curso: 3º ESO B
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Diciembre 2011
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