“Siempre he procurado tomar las cosas como vienen, vivir el presente en cada momento”. Con esa filosofía que encierra tanto significado, el maestro Francisco Ayala- al que la Parca se cansó de esperar 103 largos años- encaraba la vida que le tocó en suerte.
No detenerse nunca. Nunca darse por vencido. Tener un norte al que dirigir los pasos. Una ilusión, un objetivo. La vista hacia al frente siempre. No mirar atrás, allí donde la felicidad se refugia un instante tras evaporarse, fugaz. El brillo en los ojos, la chispa del entendimiento y la sensibilidad a flor de piel, aunque ésta se vaya ajando, apergaminando y adelgazando por la edad, cansado el corazón por las ausencias y las atrocidades del siglo que vivió como testigo excepcional, interiorizando las vivencias para volcarlas en la escritura, facilitándoles a los que vengan el testimonio inapelable del que estuvo allí. La mirada ávida, la memoria prodigiosa que atesora el recuerdo de las mil hebras de los días pasados, los hilos que conforman lo que fuimos, lo que somos. Nada se le escapaba a esos ojillos inquietos que se reflejan en el espejo- perdón por estar aquí todavía- ni las ausencias, ni los despojos que van quedando atrás, ni el rescoldo de las llamas apagadas, ni los cascotes de los muros derruidos por la historia, pudieron con ese afán escrutador. Sentado en la silla-mecedora de mimbre, en la habitación clara de su casa madrileña, sin perturbar el silencio que reina, las manos quietas, la voz apagada como un susurro de pájaros al caer la tarde. Paco Ayala, niño granadino, muchacho, hombre y anciano pertinaz. Todo en uno y a la vez. Vestigio de otros tiempos, de otras épocas plagadas de sombras y luces, memoria fiel de un siglo devastado por inútiles guerras inútiles. Cansado de vivir, de sobrevivir, en la vida del escritor centenario, todavía viven otros que se fueron y sobre sus recuerdos nacen otros que regresan. Derrotada en su propio juego, se cansó la Parca de esperarle y el hilo invisible que lo sostenía lo quebró una corriente de aire de una puerta entreabierta, recién estrenado noviembre, en el mes de los muertos, los crisantemos y la melancolía gris, como gris es la España de hoy. Amigo Paco, permítame que le tutee, hace falta algo más que unos buenos güisquis por la noche y un poco de miel por las mañanas para llegar donde tú llegaste. Ahí quedó la última botella por la mitad. Tomar las cosas como vienen. Plegarse ante el vendaval. Mecerse con el viento. Y al final, morir. La espiga en el suelo. Un presagio de lluvia entre los cardos resecos. La paz. El silencio. Las sombras. CASIANO LÓPEZ PACHECO
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Noviembre 2011
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